martes, 9 de diciembre de 2014

Soñar la catástrofe


Digamos que una especie de apocalipsis estaba a tiro de piedra. Si uno dirigía los ojos a ese cielo nocturno que nos cubría igual que una cobija, en ese lugar en donde tendría que aparecer el conocido rostro de la Luna se veía apenas una nubecilla blanca, como si la pobre se hubiera hecho polvo mientras la atención de todos estaba centrada en algún otro asunto de dudosa importancia. Era una situación preocupante, claro, en particular si pensamos que la Luna siempre nos ha acompañado durante esta trágica aventura que llamamos, no sin modestia, «era humana»; pero al mismo tiempo se sentía como algo que, aunque cataclísmico, podía ser perfectamente olvidable. Sin embargo, en cuanto me percataba de la ausencia del satélite terrestre, un acontecimiento aún más extraño tomaba forma en aquel momento preñado de acontecimientos extravagantes: también Júpiter y Saturno habían abandonado su lugar entre los cuerpos celestes y en su lugar habían dejado una nubecilla de polvo blanquecino apenas perceptible... ¿Qué estaba ocurriendo? La pregunta, que bajo cualquier otro contexto sería dramática y, por decirlo así, «llena de fatalidad», en aquel instante no pasaba de ser una curiosidad remota, ajena, como si fuera algo que, aunque nos incumbía de manera inevitable, se tratara también de un asunto que podía posponerse entre un cúmulo de otros mucho más urgentes. Así se desbarataban los cielos cuando de pronto me percaté de que estaba con ella en la parte trasera de una pick-up, observando esa cadenilla de desgracias como si contempláramos la belleza de la vida. Estábamos sentados en esas protuberancias metálicas que indican la presencia de las llantas traseras del vehículo y charlábamos, en medio de esa noche lejanamente aciaga, acerca de cosas que en este momento no logro recordar, sobre todo porque un detalle peculiar en su rostro acaparó toda mi atención: tenía un ojo azul y el otro verde, lo cual me recordó un tanto a esas lagunas que pueden verse en la frontera oriental de Chiapas, y además parpadeaba a velocidades distintas con cada ojo. Y mi mirada, como una cámara de cine que emprende un significativo acercamiento, luego de examinar "de pasada" la pupila glauca, empezó a adentrarse vertiginosamente en la profundidad oceánica de su ojo azul... Entonces desperté, de golpe, por supuesto, y una sensación de enigma insoluble me dio vueltas en la cabeza durante todo el día...

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