lunes, 31 de marzo de 2014

Génesis de un repudio

Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón

Las facciones revolucionarias que más tarde formarían el PNR (Partido Nacional Revolucionario), el cual a su vez devendría en el famosísimo PRI (Partido Revolucionario Institucional), nunca pensaron que la gestación de ese partido que las agruparía a todas, pese a sus casi irreconciliables diferencias, tendría un mal signo desde antes de su gestación: en una encuesta de opinión que elaboró el periódico El Universal, publicada el 10 de julio de 1922, se arrojaron los siguientes e inesperados resultados: 142,872 lectores manifestaron que preferían al semidesconocido empresario Carlos B. Zetina para que ocupara el cargo de presidente de México; 139,965 lectores se inclinaron por el general Adolfo de la Huerta (que ya había sido presidente provisional del país, tras el asesinato de Carranza, y que más tarde se levantaría en armas contra el dúo sonorense Obregón-Calles); 84,129 votos fueron para el general Plutarco Elías Calles, y 72,854 votos para el general Francisco Villa, que sería significativamente asesinado un año después.

El repudio a los “héroes” de la revolución no era gratuito: durante más de una década el país se había empantanado en una violencia que parecía no tener fin. Tras la revolución maderista y su desastroso final, la usurpación de Victoriano Huerta y la guerra civil entre contitucionalistas y convencionistas, la gente común y corriente optaba por la “paz” y el desarrollo que podrían provenir de un empresario civil. Sin embargo, conocemos la historia: tras el fracaso del pronunciamiento de De la Huerta, el general Calles (el tercer lugar en la preferencia de la gente) tomó el poder sin importar la opinión pública y, apadrinado por Álvaro Obregón –que buscaría reelegirse en 1928 con fatales consecuencias–, sembró las semillas de lo que sería el PRI con un estilo no muy lejano del fascismo europeo.

Y aunque en las décadas que conforman la historia del PRI no todo es oscuridad (son notables los ejemplos de Lázaro Cárdenas y Adolfo Ruiz Cortines, este último iniciador de lo que se conocería como “el milagro mexicano”), sí llama la atención que, desde su propia génesis, haya estado marcado por la absoluta sordera ante la voz popular.

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