lunes, 3 de septiembre de 2012

La vida nueva


Había olvidado todo lo que significa mudarse de departamento. En principio, la búsqueda, los lugares ideales pero inalcanzables, las caminatas interminables, los pies adoloridos, los días que se escapan en parvadas, hasta que por fin llega el lugar elegido, aunque esté lejos de haber sido el favorito. Y luego viene el embalaje de las pertenencias, siempre más numerosas de lo que parece a simple vista, el polvo que surge a raudales de los lugares más insospechados, y el día fijado, la estricta vigilancia para que los forzudos hombres que cargarán con esos objetos que de una u otra forma constituyen tu vida, no terminen destrozándolos en el primer recodo de las escaleras; el llegar y encontrarse con la perspectiva de tener que sacarlo todo de las cajas y comenzar la heróica misión de acomodarlo al nuevo sitio con el fin de hacerlo familiar, llevarlo hacia la cotidianidad con el fluir de los días. Pero no, será desde el siguiente día, porque en ese momento los ecos desnudos que manan sin cesar del espacio vacío te llevan hacia un sopor turbio, polvoriento, que sólo con un regaderazo helado (no tienes otra opción) te podrás sacudir. Entonces, entre los gruñidos de tu estómago desértico, viene la primera noche, casi siempre en blanco, porque irremediablemente te pones a naufragar en aquello que recién constituía tu espacio:  los olores que fueron imágenes y memoria, las vivencias, buenas y malas, y que ya sólo residirán ahí, en ciertas zonas de tu mente. Y en la oscuridad de la noche desconocida, entre un cansancio espeso como puré, los ruidos nuevos se vuelven protagonistas, las grietas en el techo y las paredes, la araña patona que ha estado en ese rincón quién sabe desde cuándo y que te mira con fría curiosidad, sin moverse, como si esperara a que tú des el primer paso hacia su muerte o hacia una extraña amistad. Mientras tanto en la calle todo continúa fluyendo en una rutina desconocida para ti, que tienes los ojos y los recuerdos cansados, pero que no puedes dejar de escuchar, de pensar, de planear; hasta que, sin apenas sentirlo, el sueño te va apresando en su puño cálido y, como despedida de la conciencia, aún dirás algo en un susurro, una o dos palabras que se despeñarán hacia el océano de silencio de tu propia soledad…
_________

Imagen

No hay comentarios.: