martes, 2 de febrero de 2010

Los pasos son peces en aguas nuevas (I)


El aire se desprende de su túnica de polvo,

permanece frío, desnudo,

ausente a la mirada entornada.

Lenta se desgrana la marcha,

igual que las hojas adormecidas bogando hacia la hojarasca.

Andamos y vamos con nuestras vidas a cuestas,

con el miedo normal de los extraños

que se asombran de los días ajenos, lejanos.

Los pasos,

sacudidos por gélidas ventoleras,

echan a volar por encima de las distancias azules,

entre el agudo vaho de la hierba,

del agua, de nuestra gris miseria.

Vamos con los ojos arropados de silencio,

listos para el asombro zigzagueante de las aceras,

para atrapar en capullos tibios

los rumores pulidos de las estrellas.

El camino aún es largo,

sin embargo, recién empieza.


Rebaños de nubes pacen sobre la orilla de la tarde

y a mitad de la calle entumecida, surge la pregunta,

como un bejuco inesperado

que trepara por la luz joven de la luna:

¿Así lo imaginabas...?

Y sin embargo no hay espinas en la voz:

la pregunta es una barca hendiendo la niebla densa,

como los sueños que se deshilachan

y muestran sus rostros verdaderos, pétreos,

sus andares vacilantes sobre piedras desiertas.

Con el cansancio se funde un asombro brumoso, engañoso,

mientras el sol aún alcanza a espolvorear nuestras huellas.

Colgamos una sonrisa ígnea en los labios morados,

¡y es que todo está tan lejos de las manos...!

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